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martes, 6 de diciembre de 2011

ÉXODO: EMIGRANTES E INMIGRANTES

La inmigración, un fenómeno que nos parece tan actual y reciente, ha existido en realidad desde siempre. De hecho, es así desde el origen mismo de la especie humana, desde que el Homo Sapiens dio sus primeros pasos en el continente africano, hace casi 200.000 años, y desde allí, generación tras generación, fue extendiéndose por todo el mundo.

Desde entonces los seres humanos no han dejado de moverse de un lugar a otro. Al principio eran las tribus nómadas que seguían a las manadas de animales que cazaban y de las que se alimentaban. Luego, cuando se fueron haciendo sedentarios, y empezaron a vivir de la agricultura, fue normal que vivieran y murieran donde lo habían hecho sus padres, mientras no les faltara el sustento. Pero el crecimiento de la población suponía más bocas que alimentar y a menudo el hambre, pues lo que el suelo producía no daba para alimentar a todos, y entonces al menos una parte de ellos tenía que marcharse. O, lo que es peor, se entraba en conflicto con otra población próxima para arrebatarle el producto de sus cosechas o incluso sus tierras. Lo mismo ocurría con los pueblos nómadas cuando escaseaba la caza o tenía que disputársela con otras tribus. La solución era entonces la guerra, que a su vez provocaba a menudo el éxodo de los derrotados o de los supervivientes de éstos, si no querían morir o ser convertidos en esclavos de los vencedores.

De forma pacífica o violenta, la emigración ha sido una constante en la Historia de la Humanidad, y nuestro país no ha sido una excepción. Así llegaron hace miles de años íberos y celtas a la Península, así se expandieron por el Mediterráneo en sus barcos los fenicios y los griegos, creando colonias donde se establecían sus excedentes de población y desde donde comerciaban con los naturales de las tierras colindantes. Así se fundaron Cádiz, sin ir mas lejos, y tantas otras ciudades en lo que luego se llamaría Hispania y después España. Así llegaron cartagineses primero y romanos después, avasallando y sometiendo a la población local e incorporando estas tierras a sus imperios.

Con la crisis del imperio romano, la mayoría de las ciudades, y en especial las ciudades comerciales como Cádiz acabarían arruinándose y despoblándose a medida que la población huía hacia el campo para dedicarse a la agricultura y reduciéndose las ciudades a ruinas abandonadas. Luego vendrían los bárbaros, huyendo a su vez de otros bárbaros que no encontraban ya sustento en las remotas estepas de las que procedían. Llegarían después los árabes, luego los cristianos desde el norte, que a su vez acabarían expulsando a judíos y a musulmanes. Con el descubrimiento de América, muchos españoles que vivían en la miseria, incluso hijos de nobles que por ser segundones no tenían derecho a heredar, emigraron al otro lado del océano en busca de la fortuna, muchos de los cuales ya no volverían.

Emigrantes españoles rumbo a Argentina

En los últimos dos siglos, millones de españoles, huyendo de la miseria, y a veces de la persecución política, dejaron su tierra, la mayoría de las veces para no volver, buscando su oportunidad en América o en Europa. Muchos republicanos huyeron de España al acabar la Guerra Civil, y desde los años cincuenta fueron cientos de miles los españoles que emigraron, primero a Venezuela y otros países de Latinoamérica, luego a la próspera Europa reconstruída tras la Segunda Guerra Mundial, donde hacía falta mano de obra, sobre todo para aquellos trabajos que los ahora acomodados europeos no querían hacer. Su marcha ayudó a aliviar el problema del desempleo en la España de Franco, y el dinero que fueron enviando a sus familias desde Europa contribuyó mucho a la recuperación española tras la postguerra. Muchos acabarían volviendo tras una vida de duro trabajo trayendo consigo los ahorros acumulados a lo largo de muchos años; otros ya no volverían, quedándose en sus países de adopción para siempre.

Emigrantes españoles rumbo a Bélgica en los años 50
Hemos hablado de los inmigrantes que fueron viniendo a España y de los españoles que emigraron fuera. Y es que emigrantes e inmigrantes son la misma cosa, las dos caras de una misma moneda: para la persona que deja su hogar para ir a buscar su sustento en otro lugar, para sus familiares, amigos y conciudadanos, es un emigrante, una persona que emigra. Para los naturales del lugar o país a donde acude, es un inmigrante, una persona que inmigra, que viene de fuera a su tierra en busca de trabajo o de una mejor forma de vida. El español que se iba de Cádiz, o de Albacete, para ir a trabajar a Alemania, era un emigrante. Para los alemanes, ese mismo español, esa misma persona, era un inmigrante.

Las causas de la emigración han sido también siempre las mismas, y son de origen diverso, pero se reducen al final a una sola: al deseo o sencillamente a la necesidad de cambiar de lugar de residencia en busca de mejores oportunidades en otro lugar, a menudo en otro país, a veces al otro lado del océano o al otro extremo del mundo. En ocasiones uno se va con la intención de volver, pero en muchos casos, en la mayoría, el emigrante, el inmigrante, acaba aclimatándose a su país de adopción y ya no vuelve a la tierra que le vio nacer, si acaso como visitante, para luego regresar a su nuevo hogar.

Con frecuencia las circunstancias son especialmente dramáticas: se huye apresuradamente y únicamente con lo puesto para salvar la vida, a causa de guerras, graves conflictos civiles, persecuciones étnicas, políticas o religiosas, o desastres naturales, incluso hambrunas generalizadas, como la actual que se vive en Somalia, que te obligan a dejar tu hogar, tu tierra, o incluso tu país. A estas personas se les suele dar el estatuto de refugiados, y todos tenemos en la memoria la imagen de grandes campamentos montados deprisa y corriendo en zonas fronterizas donde miles de personas se hacinan en condiciones infrahumanas tras huir de un cataclismo de la naturaleza o, lo que es peor, causado por el hombre.

Pero el caso más frecuente, y al que nos referimos aquí, es el de la persona que no encuentra un trabajo y una forma de vida digna en su tierra y se ve obligado a marcharse lejos en busca de una vida mejor. En muchas ocasiones, se trataba simplemente de hacer la maleta, despedirse de amigos y familiares, y embarcar en un tren o en un barco con destino a otro país, como nos pasó a los españoles a lo largo de la Historia hasta hace muy pocos años. Como ahora hacen muchos latinoamericanos, asiáticos, europeos del Este, magrebíes o subsaharianos, para venir a Europa, para venir a España, en avión, en un ferry, en tren, en autobús, en coche o incluso a pie.

Nadie lo hace por gusto. A veces se trata del profesional o el estudiante recién salido de la Universidad que no encuentra en la localidad en la que vive las oportunidades que busca y la encuentra o sale en su busca a otra ciudad, otra parte del país o en el extranjero. En la mayoría de los casos es cuestión de simple supervivencia, como, hace muy poco, al menos hasta que empezó la crisis económica actual, los jóvenes con estudios elementales o secundarios sin cualificación profesional y en el paro que se iban de aquí mismo, de Cádiz, donde no encontraban trabajo, a Alicante, a Canarias, a Madrid o a donde lo hubiera.

La mayoría de los inmigrantes que vienen a España desde los años 80, y sobre todo desde que empezó el nuevo siglo, lo hacen sencillamente porque en su tierra no hay perspectiva alguna de futuro, y la única opción que les queda es la miseria o el hambre. Unos vienen legalmente, con sus papeles en regla, con permiso de trabajo, pero como eso no es tan fácil, es habitual que entren con visado de turista, por ejemplo, como muchos latinoamericanos, y luego se queden aquí más allá del tiempo que el que tienen permitido, para buscar trabajo. O, cuando son de países que ya forman parte de la Unión Europea, como los rumanos, directamente con el carnet de identidad, porque pueden circular libremente por la Comunidad.

El gobierno español, como por otra parte todos los gobiernos europeos, y los de todos los países desarrollados, han puesto límites desde siempre a la inmigración, y eso es por la siguiente razón: los inmigrantes, legales o ilegales, son cada vez más, y no hay sitio ni trabajo para todos. Si abrieran las fronteras de par en par, al menos eso es lo que nos dicen, Europa se llenaría de decenas de millones de extranjeros indigentes, sin dinero, sin trabajo, sin alojamiento, sin comida, sin nada, y se disparararían los conflictos con la población, y ésto se convertiría un caos.

Y es que día a dia crece el número de personas que, en todo el mundo, sobre todo en los países pobres, que cada vez están peor, ven en la emigración a los países ricos la oportunidad de salir de la pobreza, del hambre, de la falta de perspectivas, de futuro y de esperanza que es su día a día, y de darse una oportunidad a sí mismos, a sus familias, a sus hijos y a sus descendientes. Y cuando reciben noticias o la visita de antiguos vecinos, amigos o parientes que un día se lanzaron a la aventura, lograron asentarse en otro país y ahora tienen una vida mejor, incluso aunque sea a costa de trabajos muy duros y mal pagados que sin embargo para ellos que no tienen nada les parece un sueño, son muchos los que se lanzan a su vez a la aventura e intentan llegar a los países ricos como sea, aunque sea ilegalmente, aunque se arriesguen a llegar a la frontera o al aeropuerto y nada más aterrizar en el país de sus sueños les echen atrás. Incluso aunque sepan que tendrán que trabajar en la economía sumergida, sin papeles, en lo que sea y haciendo lo que sea. Aunque se arriesguen a que los cojan y los devuelvan a casa. Y aunque arriesguen la vida en el intento.

Lo intentan de todas las maneras: colándose de polizones en un barco, escondidos en un hueco debajo de un coche, de un camión o de un autocar, yo misma he visto intentar hacer a unos chiquillos marroquíes en el puerto de Tánger, niños y jóvenes, algunos de no más de diez años van a las zonas cerca del puerto donde el tráfico es más lento para engancharse a la parte de abajo del autobús para así cruzar el estrecho pasando desapercibidos. O lo que es peor, recurriendo a las mafias. A las chicas les prometen introducirlas en el país y buscarles un trabajo, y caen así en unas redes de trata de blancas y de prostitución; se convierten en esclavas que tienen que pagar durante años a las mafias casi todo lo que ganan para que no las denuncien a las autoridades por haber entrado ilegalmente. Muchos pagan todos sus ahorros por subirse a una patera para cruzar el estrecho o el océano y que muchas veces se acaba hundiendo, si no les coge antes una lancha de la Guardia Civil por el camino. En ocasiones, son los mismos mafiosos que pilotan las pateras los que arrojan a los inmigrantes al mar para que se ahoguen y se quedan con el dinero que les han pagado. Cada año mueren miles de personas en el mar intentando pasar a Europa, en el estrecho desde Marruecos, en el océano desde Senegal o Mauritania, o en el Mediterráneo desde Libia.

Nadie arriesga su vida por un capricho, ni aquí en el estrecho de Gibraltar, ni en la frontera amurallada de México con Estados Unidos, ni en el estrecho de Florida ni en ninguna otra parte por intentar huir del Tercer Mundo y entrar como sea en los países desarrollados. Lo hacen con la esperanza de conseguir un futuro mejor, para ellos y para sus hijos.

Y los españoles, que hemos sido hasta hace muy poco emigrantes, inmigrantes en tierra extraña, a veces no somos ni lo suficientemente comprensivos ni solidarios con aquéllos que están haciendo ahora lo mismo que hace años hacíamos nosotros. ¿Quién de nosotros no sabe de un pariente, un amigo, un conocido, que haya tenido que emigrar, dejando con pena su casa, su tierra, su patria, para ir a buscar trabajo en un país extraño porque aquí no lo había? Es verdad que la mayoría de las veces los españoles emigrábamos con los papeles en regla, pero fue en otros tiempos en los que había una fuerte demanda de mano de obra en los países a los que emigrábamos, cosa que no ocurre ahora, y mucho menos en los últimos años, con la crisis económica que sufre ya el mundo entero y a la que no se le acaba de ver salida.

La inmigración crea a menudo otro problema, que es el del racismo, o el de la xenofobia. Las personas solemos desconfiar de los que son diferentes, de los que no conocemos, de los que viven y piensan de forma diferente, de los que proceden de otra cultura distinta. Y si vienen en masa, nos preocupamos porque pensamos que van a cambiar nuestra sociedad, que la van a desnaturalizar, que España va a dejar de ser España. Sobre todo cuando hay problemas de desempleo, algunos piensan que es por culpa de los inmigrantes, que les quitan los puestos de trabajo a los españoles. Y si alguno comete un delito, enseguida se considera que todos ellos son delincuentes. Esto lo hemos visto varias veces, cómo por un incidente en el que hay envuelto un inmigrante, se acaba desatando una oleada de disturbios raciales, incluso entre grupos de inmigrantes de etnias diferentes.

Y es que los inmigrantes, los que consiguen llegar aquí, la mayoría de las veces se encuentran con otro calvario, sobre todo si no tienen papeles. No sólo se ven obligados a aceptar cualquier trabajo, sin condiciones de seguridad ninguna, de forma clandestina y con jornales miserables, cuando lo encuentran, sino que malviven en cuchitriles sin las mínimas condiciones de habitabilidad, cuando no viven en la calle, y con frecuencia caen en la delincuencia como única manera de subsistir. Es verdad que vienen muchos delincuentes extranjeros a España para cometer sus fechorías, sobre todo de Europa del Este, pero también que muchos inmigrantes se convierten en delincuentes al llegar aquí y encontrarse con que la Tierra Prometida no les da la menor oportunidad.

El crecimiento económico español de los últimos treinta años y la creciente demanda de mano de obra en los puestos de trabajo más humildes, trabajosos y peor remunerados, que los naturales del país hemos ido rechazando, ha hecho que en ese tiempo la población inmigrante en España se haya multiplicado por treinta. De 198.042 extranjeros que había censados en 1981, hemos alcanzado a los 5,730.667 en el 2011, es decir el 12,20% de la población total española. Eso, claro está, sin incluir a aquellos sin papeles no censados ni dados de alta en ninguna parte.

Lo cierto es que la afluencia de inmigrantes parece haberse estancado desde el pasado año (5,747.734 extranjeros eran los que estaban censados en 2010, es decir, unos 17.000 más que en éste), no tanto por el endurecimiento de los controles fronterizos, una preocupación cada vez mayor en Europa desde que comenzó la crisis, sino porque muchos inmigrantes, desencantados, han empezado a volverse a sus hogares al ver que tampoco aquí encuentran futuro alguno, al verse convertidos en parias entre los propios parias de aquí, a medida que se disparan las cifras del desempleo.

¿Dejarán por esto de venir, y de seguir arriesgando la vida por entrar en Europa, en los países desarrollados? Seguramente no, cuando la situación en sus países de origen, en general, es mucho más dramática de la que se vive aquí. Muchos no tienen nada que perder, salvo la vida, y están dispuestos a arriesgarla porque tal como están, piensan, no merece la pena vivirla.

Ésta no es sino una consecuencia más del cada vez más desigual reparto de la riqueza a nivel mundial. No es un fenómeno nuevo pero a lo largo del último siglo las desigualdades entre países pobres y ricos, y entre personas pobres y ricas, no han hecho sino aumentar sin parar, sin que los dirigentes políticos ni, lo que es peor, la gente de la calle en general, demasiado preocupada por sí misma, y ciega y sorda a lo que tiene alrededor y sobre todo a lo que hay más allá de sus fronteras, hagan verdaderos esfuerzos para corregirlo.
 

Fuentes:

http://es.wikipedia.org/wiki/Inmigraci%C3%B3n_en_Espa%C3%B1a

http://es.wikipedia.org/wiki/Emigraci%C3%B3n

http://es.wikipedia.org/wiki/Migraci%C3%B3n_humana

http://es.wikipedia.org/wiki/Racismo_en_Espa%C3%B1a

ENCICLOPEDIA VISUAL SALVAT, VV.AA., Barcelona, 1978
LA INMIGRACION Y EL MERCADO DE TRABAJO EN ESPAÑA , VV. AA., Consejo Económico y Social, Madrid, 2004


Marta Olivera González 2ºA

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