RECUERDOS DE LA GUERRA CIVIL
Pero sí lo vivieron nuestros abuelos y bisabuelos. Y éstos luego
se lo contaron a sus hijos y nietos, nuestros padres.
Es más por mis padres que por mis abuelos (la mayoría de ellos
fallecidos cuando yo era aún pequeña) que he conocido varias historias
personales, las de cómo vivieron nuestros mayores aquella guerra, y cómo les
afectó a ellos y a los que vinieron después que ellos.
Son historias en su mayoría muy dramáticas, a menudo
horribles, pero siempre tristes.
Por la parte de mis abuelos maternos conozco pocas
historias, pues ellos no habían nacido cuando acabó la guerra, por lo que la
anécdota más llamativa que recuerdo es la historia de cómo mi bisabuelo,
soldado en la guerra, pidió permiso para ir a su casa, aquí en Cádiz, alegando
que su mujer estaba muy enferma. Fue en realidad un embuste como una casa, pues
mi bisabuela estaba como una rosa, pero mi bisabuelo estaba loco por volver a
ver a su primera hija, la hermana de mi abuela, a la que sólo la había visto de
recién nacida. El caso es que cuando llegó a casa ya estaba la policía
esperándole en la puerta, pues entretanto se había descubierto el engaño, y se
lo llevaron de nuevo al frente. También está la historia de cómo, ya en la
posguerra, mi abuelo, que tenía una panadería, escondió en ella a un hombre, al
parecer un soldado republicano huído, perseguido por la policía.
Por parte de mis abuelos paternos, hay mucho más que contar.
Por desgracia.
Mi padre me contó los horrores de que fueron testigos su
padre, mi abuelo, al que no llegué a conocer, sus tíos y sus abuelos. Vivían en
Almendralejo, Badajoz, y sus tíos, entonces muy jóvenes, fueron testigos del
asedio al que las tropas de Franco sometieron a la iglesia del pueblo, y de
cómo cuando los defensores republicanos se rindieron, a medida que salían los
regulares (los mercenarios marroquíes a sueldo de Franco) los iban matando a
bayonetazos. Dijeron que cuando entraron en la iglesia se la encontraron llena
de muertos. El padre de ellos, mi bisabuelo, trabajaba en Correos. Un compañero
denunció por “rojos” a todos los que trabajaban allí, salvo a mi bisabuelo, y a
todos los fusilaron. A mis tíos, los mayores, los reclutaron a la fuerza y los
enviaron al frente. Algún tiempo más tarde se colaron en casa de mi bisabuela
un grupo de soldados buscándoles (quizás para llevárselos detenidos por
“rojos”, quizás para fusilarlos, porque en aquellos días fusilaban a la gente
por cualquier cosa), y mi bisabuela les respondió: “¿Mis hijos? ¡Pero si están
en el frente, luchando al lado de ustedes!”.
Pero la palma se la llevó la familia de mi abuela materna,
la abuela Pepita. A ella sí la conocí, pero no lo suficiente: murió cuando yo
tenía ocho años. Y la historia que voy a contar fue mi padre el que me la
contó.
BARCELONA 1936-1939
Mi abuela Pepita nació en Cádiz en 1924. Era la hija pequeña
de Jose Luis Almozara y Lola Lombera. Tenía cuatro hermanos, Jose Luis, el
mayor (al que todos llamaban simplemente Pepe, y que era hijo de un anterior
matrimonio de mi bisabuelo, cuya mujer falleció), Aurora, Rosendo y Lolita.
Tenía mi abuela dos años cuando toda la familia se trasladó a Barcelona. Mi
bisabuelo era maquinista de la Compañía Trasatlántica ,
pero por una enfermedad le destinaron a un trabajo en tierra firme. Es curioso
que mi bisabuelo era socialista, ateo y masón, mientras que mi bisabuela era
muy católica y beata, lo que sin embargo no causaba ningún problema: él la
acompañaba a misa pero luego la dejaba en la puerta de la iglesia y la esperaba
tomándose un café enfrente.
La familia Almozara al completo, hacia 1927. La más chica, en el centro, es mi abuela Pepita |
Jose Luis Almozara Sánchez, mi tío abuelo |
1938: Barcelona bajo los bombardeos |
La vida en Barcelona se fue convirtiendo en una pesadilla a medida que avanzaba la guerra, con bombardeos aéreos cada día (sobre todo por los aviones italianos). Mi tía abuela Aurora, muy cabezota, acabó hartándose de pasar miedo y se quedaba en la cama leyendo mientras todo el mundo acudía a los refugios. Falta de recursos, sin comida, sin dinero, la familia lo pasó muy mal. Mi abuela Pepita y su hermana Lolita, que eran aún niñas, iban continuamente al Barrio Chino a vender en el mercado negro los libros y discos de la colección de su padre para conseguir comida con la que poder sobrevivir. Tan mal lo pasaron que se quedaron todos ellos en los huesos, y a las dos pequeñas se les retrasó el desarrollo.
Mi tío abuelo Rosendo fue reclutado a los 18 años, formó parte de la llamada “Quinta del Biberón” (llamada así por ser los reclutas muy jóvenes), y lo destinaron a la batalla del Ebro, una carnicería que duró seis meses y de la que salió vivo gracias sobre todo a que era muy miope y lo destinaron a camillero. Pepe resultó herido en un pie y, ante el avance de las tropas franquistas, pasó por Barcelona para despedirse de sus padres y hermanos antes de huir, como tantos otros, a Francia. Allí tuvo que enterarse por mi abuela Pepita de la muerte de su padre, fallecido meses atrás de un cáncer de estómago: un día habían ido mi bisabuela y Lolita a verle al hospital (iban cada domingo, pues estaba muy lejos y había que coger dos autobuses de aquellos tiempos para llegar allí) y se encontraron la habitación vacía y les dijeron que había muerto. Mi padre me dijo que quizás después de todo hubiera sido mejor, pues era muy probable que le hubieran metido en la cárcel por ser republicano, socialista y masón, y si no hubiese muerto por las horribles condiciones de las cárceles franquistas, como tantos otros, posiblemente le hubieran fusilado.
Barcelona fue declarada “ciudad abierta” y abandonada por
las tropas y las autoridades republicanas y por una multitud de civiles
fugitivos que, temiendo las represalias franquistas, huyeron hacia Francia. Ese
día, Lolita y mi abuela corrieron al puerto abandonado y se encontraron con un
barril enorme de aceite, y lo arrastraron hacia su casa, pero a mitad del
camino un grupo de personas tan hambrientas como ellas se lo quitaron y se
repartieron su contenido, dejándoles sin nada a ellas, que se pusieron a llorar
desconsoladas.
Pocas horas después, las tropas de Franco entraban en la
ciudad, y la gente, vestida de falangistas y con el brazo en alto, salió en
tropel a recibir a los vencedores. Éstos se ocuparon de repartir comida entre
la hambienta población que acudía en largas colas. Pero a los pocos días les
dijeron: “traigan un cuenco”, y les dieron una pasta de algo parecido al
engrudo. La gente dejó de acudir.
Huyendo hacia la frontera |
En Barcelona, mi bisabuela acudió a pedir un aval al Alcalde
de Barrio para que intercediera por su hijo y le liberaran del campo, pero éste
le dijo: “¿Tiene usted un hijo en un campo de concentración? ¡Bueno, pues ahora
va a tener tres!”. Ocurría que ese señor había tenido una librería, y durante
la guerra los milicianos la habían saqueado y regalado unos libros a Lolita y a
mi abuela, y por eso las consideraba también “rojas” a las dos niñas.
Así las cosas, al poco de acabar la guerra, mi bisabuela y
sus tres hijas se volvieron en barco a Cádiz, instalándose en casa de unos
familiares. Y aunque en Cádiz estaban las cosas mejor que en Barcelona, muy
pronto la escasez llegó aquí también, y durante bastantes años pasarían hambre
y penurias. Rosendo sería liberado poco después, gracias al aval de un militar
franquista conocido de la familia.
EL HIJO DESAPARECIDO
La última carta de Pepe |
Pepe, entretanto, fue reclutado, como muchos otros exiliados
españoles, en las CTE (Compagnies de Travailleurs Étrangers) dependientes del
Ejército francés, en las que se les obligaba a un trabajo duro por un mísero
jornal. Fue en abril de 1940 cuando escribió su última carta a su madrastra y
hermanos, carta que sin embargo, por las circunstancias de la guerra que
entonces había estallado en Europa, no llegó a casa hasta 1957. Desde entonces,
y durante muchos años, nada se volvió a saber de él.
Mi bisabuela, que, dicho sea de
paso, le quería como si fuera hijo suyo, esperó, esperó y esperó, sin perder
nunca la esperanza de verlo reaparecer algún día. Tan obsesionada estaba con él
que su nombre se convirtió en exclamación habitual suya: “¡Pepe!”, exclamaba,
cuando, por ejemplo, se le caía un plato.
Mi abuela y mi bisabuela en los años 40 |
Hasta sólo hace unos años, y tras
varias investigaciones, no pudo la familia de mi padre averiguar la historia
completa del tío Pepe. Una historia horrible y muy triste.
MAUTHAUSEN
Todo el mundo ha oído hablar del
Holocausto y del exterminio de seis millones de judíos en los campos de
concentración nazis. Pero muchos no saben, u olvidan, que las víctimas fueron
muchos más: gitanos, prisioneros de guerra, sobre todo de los países del este (rusos y
polacos sobre todo), homosexuales, retrasados o enfermos mentales, y, claro
está, los enemigos políticos. Los republicanos españoles que habían huído de
España estaban entre ellos.
El campo de Gusen |
Presos de Mauthausen |
El castillo de Hartheim |
Mauthausen era el principal de una
red de campos de concentración donde enviaban a los presos políticos y
resistentes de todos los países ocupados, a los que hacían trabajar como
esclavos hasta reventar. A Pepe (ahora el preso nº 4565) lo enviaron al campo
cercano de Gusen, donde enviaban a los presos más débiles o enfermos.
Trabajaban diez o doce horas diarias incluso a 30 grados bajo cero. La mayoría
de ellos moría a los seis meses; mi tío abuelo duró siete.
En agosto de 1941 fue traslado
otra vez, ahora al Castillo de Hartheim, donde enviaban a los que los nazis
consideraban como “desahuciados”, demasiado débiles ya para trabajar. Allí
mataban a la mayoría de los prisioneros en las cámaras de gas nada más llegar.
Con otros, hacían experimentos médicos antes de matarlos. Luego quemaban los
cuerpos y arrojaban las cenizas al río Danubio. No sabemos cómo murió Pepe
exactamente, y mi familia prefiere no saberlo, pero supone que lo mataron el
mismo día que llegó.
No se sabe cuánta gente murió en
la red de campos de Mauthausen, pero se calcula entre 120.000 y 300.000
personas. Unos 10.000 fueron españoles. Y unos 40, gaditanos.
UN HOMENAJE PÓSTUMO
Hace unos años, mi tío abuelo fue
el motivo de un imprevisto homenaje, un emotivo epitafio (mi padre, que nunca
conoció a su tío, muerto 17 años antes que él naciera, lloró al leérmelo): un
cómic de diez páginas escrito y dibujado por mi tío Ricardo Olivera (más
conocido como Fritz), con el título “Mi
tío, que estuvo en el Infierno”, publicado dentro del libro “Nuestra Guerra Civil”, compuesto por
historietas escritas y dibujadas por diferentes autores que contaban las
historias que sus padres y abuelos vivieron y les contaron a ellos. Los que
querais leerlo, aquí lo teneis.
FUENTES:
Nuestra Guerra Civil, V.V.A.A., Ariadna Editorial, Barcelona, 2006
La guerra civil española, Anthony Beevor, Editorial Planeta,
Barcelona, 2011
Triángulo Azul. Los republicanos españoles en Mauthausen, Mariano
Constante, Gobierno de Aragón, 2009.
EL CAMPO DE CONCENTRACIÓN DE
MAUTHAUSEN
ESPAÑOLES EN MAUTHAUSEN
http://www.elmundo.es/elmundo/2005/05/05/cultura/1115285102.html
DATOS BIOGRÁFICOS
http://todoslosnombres.org/php/generica.php?enlace=muestrabiografia&idbiografia=22
DATOS BIOGRÁFICOS
http://todoslosnombres.org/php/generica.php?enlace=muestrabiografia&idbiografia=22
Marta Olivera González 2ºA
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