Un genio gaditano
Manuel de Falla a los 11 años |
Manuel María de Falla Matheu nació en Cádiz el 23 de noviembre de 1876. La familia de su padre
tenía ascendencia valenciana; catalana
la de su madre. Pero ambas familias estaban establecidas en Cádiz desde varias
generaciones. En la casa de Falla había un cierto ambiente musical y la madre
del compositor, María Jesús Matheu, fue su primera profesora, a la que
siguieron Eloisa Galluzo, Alejandro Odero y Enrique Broca, quienes –según
palabras de Falla- “me iniciaron en la armonía y en el contrapunto, que yo
después continué por mí solo, (…)”.
Salvador Viniegra, pintor historicista y mecenas gaditano |
El instinto musical de Falla se definió después de oír
una serie de conciertos sinfónicos en el Museo de Cádiz. Uno de los primeros
estímulos para sus ambiciones de compositor se lo proporcionaron los conciertos
privados de música de cámara que se celebraban en casa de don Salvador
Viniegra, en los que el joven Manuel participaba como pianista. Allí se
ejecutaron los primeros ensayos de composición que jamás incluyo en sus
catálogos.
Madrid fue el primer paso de la odisea artística de
Falla, se perfeccionó
en piano con José Tragó, y en solo en dos convocatorias revalidó su carrera con
máximas calificaciones y premios.
José Tragó, catedrático de piano y compositor madrileño |
En la Velada de los Ángeles de Cádiz de agosto de 1901 el
joven compositor quiso estar presente y en la caseta del Ayuntamiento deleito a
los aficionados con la interpretación de
la famosa Castaquetti. No era el
pianismo la meta de Falla, sino la
composición y en aquel entonces no había otro camino, si se quería ganar algún
dinero, que la zarzuela. Cinco compuso don Manuel, dos de ellas con Amadeo
Vives, llegando a estrenarse únicamente Los
amores de la Inés en 1902 con mediana aceptación.
Felipe Pedrell encontró inspiración en el flamenco |
En este punto crucial de su camino encontró al hombre que
había de ejercer una influencia decisiva sobre su carrera: Felipe Pedrell.
Falla estudió con el maestro catalán, residente en Madrid, unos tres años y él
mismo dice que al contacto con Pedrell debió la orientación definida de su
porvenir de artista. A parte de lo que aprendiese técnicamente, Falla salió fortificado en lo
estético y con un claro concepto de los valores creativos contenidos en la
música de España.
El maestro gaditano acude a la convocatoria de un
concurso para premiar una ópera, hecha por la Real Academia de Bellas Artes de
San Fernando. Sobre libreto de Carlos Fernández Shaw escribe La vida breve, de carácter andaluz, cuya
acción se sitúa en Granada. El año 1905, la obra resulta premiada, al tiempo
que su autor concurre, como pianista, a otro concurso, anunciado por la casa
Ortiz y Cussó, que gana igualmente.
En 1907 consigue su propósito de marchar a París, para su
formación por consejo de Joaquín Turina y Víctor Mirecki Larramat. Allí se
relaciona con músicos como Ravel,
Debussy, Dukas, Albéniz, entre otros, que fueron una gran influencia en sus
composiciones. Gracias a la tutela de estos tres últimos, perfecciona el autor
de La vida breve su técnica orquestal y su mismo ideario estético. Esta obra
será estrenada en Niza el 1 de abril de 1913 y en la Ópera Cómica de París el
30 diciembre del mismo año, con un gran éxito, sobre todo las dos “arias” de la
Salud.
Debido a la ayuda que le brindó Albéniz, pudo terminar en
París las Cuatro piezas españolas,
estrenadas por Ricardo Viñes en 1908, que fueron editadas por Durand. Destacan
el hábil uso de las armonías modales en “Asturias”, su poder evocativo en
“Montañesa”, su fuerza rítmica y expresiva de “Andaluza”, que contrastan con la languidez
balanceante de la “Cubana”.
El mismo año inicia la composición de unas impresiones
sinfónicas para piano y orquesta, Noches
en los jardines de España, que en 1916 serían estrenadas en Madrid. Los
tres “nocturnos” (“En el Generalife”, “Danza lejana” y “En los jardines de la
Sierra de Córdoba”) tienen un carácter más evocativo que descriptivo, de
escenas, recuerdos, emociones, pero cuyas sugestiones poéticas se sienten a
través de las notas.
Como consecuencia de la Guerra Mundial de 1914, Falla
regresó a España. En enero del siguiente año, cantadas por la soprano Luisa
Vela y acompañadas por el compositor, se estrenan en el Ateneo madrileño las Siete canciones populares españolas, que
habían tenido su antecedente relativo en las Tres melodías sobre versos de Gautier, dadas en París por primera
vez el año 1910, sin ser una copia literal de ellas, sino una transcripción de
los elementos esenciales.
El
amor brujo compuesto en 1915 a petición de Pastora Imperio, es una
serie de canciones y danzas que ilustraban la denominada inicialmente
“gitanería”, fue escrita por Falla sobre argumento de Martínez Sierra, en poco tiempo y febrilmente. Después
del estreno en el Teatro Lara de Madrid, la obra fue revisada, ampliada la
plantilla orquestal, modificando algunos cantables y suprimiendo los
“parlamentos”. En definitiva, se convirtió en el "ballet" que triunfara unido al
nombre de Antonia Mercé “La Argentina”.
En El sombrero de
tres picos, basado en el relato de Alarcón sobre un viejo romance popular,
Falla pinta un aspecto enteramente diferente de la vida andaluza, dejando atrás
el estilo fatalista, y utiliza ahora el humor vivo y sarcástico de los
campesinos andaluces. Estrenado como “pantomima” en 1917, por indicación de
Sergei Diaghilev se convierte en “ballet”, después de un trabajo de revisión
bastante amplio.
En 1919 por encargo de
Arthur Rubinstein, Falla comienza a escribir la Fantasía bética, composición para piano, en la que el autor busca
un concepto más universal y estilizado del arte.
Marcha de Madrid a Granada en 1920, donde realiza su
última composición andalucista, una pequeña obra escrita para guitarra en ese
mismo año, el Homenaje por la muerte de
Claude Debussy, para guitarra, basada en La tarde en Granada del compositor francés.
Sobre el episodio de “Maese Pedro”, extraído de la
segunda parte de El Quijote de la Mancha,
termina de componer Falla su Retablo en
1922, ópera pequeña que según el
autor debía realizarse únicamente por
títeres y acompañados por un conjunto
instrumental reducido y con los cantantes en el foso de la orquesta. Pretendía
con ello empezar un estilo nuevo, cercano a las experiencias de Ravel y
Stravinski. Desde esta obra, Falla comenzó a tener como símbolo el sonido sobrio, cristalino,
pulido, rítmico del clave.
El esfuerzo de Falla para expresar en su música la
esencia espiritual de España, llega a su más profunda fase en el Concerto, para clave o piano, flauta,
oboe, clarinete, violín y violonchelo, escrito para Wanda Landowska y estrenado
en Barcelona en noviembre de 1926. Esta música, dura y agradable, austera y
lirica, arcaica y moderna, en los quince minutos de duración de su tres
movimientos posee magníficos efectos de sonoridad.
Para conmemorar el tricentenario de Luis de Góngora,
animado por los poetas del 27, compone don Manuel el Soneto a Córdoba, para voz y arpa (o piano). Esta obra se apoya en ricos acordes y arpegios,
que le sirve para musicalizar el castellano de cualquier tiempo y estilo.
En 1927, el maestro gaditano inicia la composición de Atlántida, “cantata escénica” sobre el
poema de Jacinto Verdaguer, adaptado por el compositor libremente, al que añade
textos religiosos en latín y en castellano. Para Falla, el poema representaba,
dado su profundo catolicismo, la extensión de la fe católica. Esta obra
satisfacía en Falla su viejo deseo de escribir música religiosa y, aunque
sufrirá largas interrupciones de vidas a la precaria salud del músico y la
situación en España, ocupará casi enteramente su última etapa creativa.
Poco antes del estallido de
la Guerra Civil, a la muerte de su maestro, Paul Dukas, en 1935, realiza el
compositor otro homenaje para piano, que junto a laos dedicados a Debussy y
Arbós (Fanfare), más la Pedrelliana, constituyen la “suite” Homenajes, última partitura sinfónica
estrenada en vida de su autor. La primera audición tiene lugar en noviembre de
1939 en Buenos Aires, adonde se marchó, solo un mes antes, como invitado por la Institución
Cultural Española para dirigir una serie de conciertos.
Este viaje, planeado más o
menos largo, se convierte en su "última residencia", pues don Manuel permanece en Alta Gracia, provincia de Córdoba (Argentina) hasta el día de su muerte el 14 de noviembre de 1946. Sus
restos fueron trasladados a España y enterrados en la catedral de su ciudad
natal.
Ernesto Halffter, el más destacado alumno del genio gaditano |
Junto a su cuerpo, vuelven a
nuestro país los manuscritos de Atlántida. El "Prólogo" estaba terminado, la primera parte planificada en su conjunto,
terminada parcialmente y a falta de la orquestación del resto. La segunda quedó
en un estado más confuso y la parte final, de contenido religioso en más de la
mitad, quedó decidida en su forma general, compuesta en reducción, sin
orquestar pero con muchas indicaciones instrumentales. La obra se estrena en
forma de suite de concierto en Barcelona el año de 1961, terminada por Ernesto
Halffter. Tras varias revisiones
con el fin de alcanzar una mayor fidelidad a las intenciones de Falla, Halffter
presenta en 1971 una nueva versión de Atlántida.
Además de las obras que ya he mencionado a lo largo de este trabajo, Falla escribió muchas más durante toda su carrera musical. Algunas de ellas son Oración de las madres que tienen a sus hijos en brazos (1914), Psyché (1924), Ave María (1932) y Balada de Mallorca, sobre un tema de Chopin (1933).
Bibliografía y webgrafía:
- UN SIGLO EN PAPEL 1901-2000 (tomo I) editado por el Diario de Cádiz
http://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_de_Falla- UN SIGLO EN PAPEL 1901-2000 (tomo I) editado por el Diario de Cádiz
Trabajo realizado por Irene Serrano Pérez, 2º BACH A
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