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lunes, 30 de abril de 2012

MANUEL DE FALLA

Un genio gaditano

Manuel de Falla a los 11 años
Manuel María de Falla Matheu nació en Cádiz el 23 de noviembre de 1876. La familia de su padre tenía ascendencia  valenciana; catalana la de su madre. Pero ambas familias estaban establecidas en Cádiz desde varias generaciones. En la casa de Falla había un cierto ambiente musical y la madre del compositor, María Jesús Matheu, fue su primera profesora, a la que siguieron Eloisa Galluzo, Alejandro Odero y Enrique Broca, quienes –según palabras de Falla- “me iniciaron en la armonía y en el contrapunto, que yo después continué por  mí solo, (…)”.

Salvador Viniegra, pintor historicista
y mecenas gaditano
El instinto musical de Falla se definió después de oír una serie de conciertos sinfónicos en el Museo de Cádiz. Uno de los primeros estímulos para sus ambiciones de compositor se lo proporcionaron los conciertos privados de música de cámara que se celebraban en casa de don Salvador Viniegra, en los que el joven Manuel participaba como pianista. Allí se ejecutaron los primeros ensayos de composición que jamás incluyo en sus catálogos.


Madrid fue el primer paso de la odisea artística de Falla, se perfeccionó en piano con José Tragó, y en solo en dos convocatorias revalidó su carrera con máximas calificaciones y premios.
José Tragó, catedrático de piano
y compositor madrileño

En la Velada de los Ángeles de Cádiz de agosto de 1901 el joven compositor quiso estar presente y en la caseta del Ayuntamiento deleito a los aficionados  con la interpretación de la famosa Castaquetti. No era el pianismo  la meta de Falla, sino la composición y en aquel entonces no había otro camino, si se quería ganar algún dinero, que la zarzuela. Cinco compuso don Manuel, dos de ellas con Amadeo Vives, llegando a estrenarse únicamente Los amores de la Inés en 1902 con mediana aceptación.

Felipe Pedrell encontró
inspiración en el flamenco

En este punto crucial de su camino encontró al hombre que había de ejercer una influencia decisiva sobre su carrera: Felipe Pedrell. Falla estudió con el maestro catalán, residente en Madrid, unos tres años y él mismo dice que al contacto con Pedrell debió la orientación definida de su porvenir de artista. A parte de lo que aprendiese  técnicamente, Falla salió fortificado en lo estético y con un claro concepto de los valores creativos contenidos en la música de España.


El maestro gaditano acude a la convocatoria de un concurso para premiar una ópera, hecha por la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando. Sobre libreto de Carlos Fernández Shaw escribe La vida breve, de carácter andaluz, cuya acción se sitúa en Granada. El año 1905, la obra resulta premiada, al tiempo que su autor concurre, como pianista, a otro concurso, anunciado por la casa Ortiz y Cussó, que gana igualmente.
En 1907 consigue su propósito de marchar a París, para su formación por consejo de Joaquín Turina y Víctor Mirecki Larramat. Allí se relaciona con músicos  como Ravel, Debussy, Dukas, Albéniz, entre otros, que fueron una gran influencia en sus composiciones. Gracias a la tutela de estos tres últimos, perfecciona el autor de La vida breve su técnica orquestal y su mismo ideario estético. Esta obra será estrenada en Niza el 1 de abril de 1913 y en la Ópera Cómica de París el 30 diciembre del mismo año, con un gran éxito, sobre todo las dos “arias” de la Salud.

Debido a la ayuda que le brindó Albéniz, pudo terminar en París las Cuatro piezas españolas, estrenadas por Ricardo Viñes en 1908, que fueron editadas por Durand. Destacan el hábil uso de las armonías modales en “Asturias”, su poder evocativo en “Montañesa”, su fuerza rítmica y expresiva de “Andaluza”, que contrastan con la languidez balanceante de la “Cubana”.  


El mismo año inicia la composición de unas impresiones sinfónicas para piano y orquesta, Noches en los jardines de España, que en 1916 serían estrenadas en Madrid. Los tres “nocturnos” (“En el Generalife”, “Danza lejana” y “En los jardines de la Sierra de Córdoba”) tienen un carácter más evocativo que descriptivo, de escenas, recuerdos, emociones, pero cuyas sugestiones poéticas se sienten a través de las notas. 
Como consecuencia de la Guerra Mundial de 1914, Falla regresó a España. En enero del siguiente año, cantadas por la soprano Luisa Vela y acompañadas por el compositor, se estrenan en el Ateneo madrileño las Siete canciones populares españolas, que habían tenido su antecedente relativo en las Tres melodías sobre versos de Gautier, dadas en París por primera vez el año 1910, sin ser una copia literal de ellas, sino una transcripción de los elementos esenciales. 


El amor brujo compuesto en 1915 a petición de Pastora Imperio, es una serie de canciones y danzas que ilustraban la denominada inicialmente “gitanería”, fue escrita por Falla sobre argumento de Martínez Sierra, en poco tiempo y febrilmente. Después del estreno en el Teatro Lara de Madrid, la obra fue revisada, ampliada la plantilla orquestal, modificando algunos cantables y suprimiendo los “parlamentos”. En definitiva, se convirtió en el "ballet" que triunfara unido al nombre de Antonia Mercé “La Argentina”.
En El sombrero de tres picos, basado en el relato de Alarcón sobre un viejo romance popular, Falla pinta un aspecto enteramente diferente de la vida andaluza, dejando atrás el estilo fatalista, y utiliza ahora el humor vivo y sarcástico de los campesinos andaluces. Estrenado como “pantomima” en 1917, por indicación de Sergei Diaghilev se convierte en “ballet”, después de un trabajo de revisión bastante amplio.
En 1919 por encargo de Arthur Rubinstein, Falla comienza a escribir la Fantasía bética, composición para piano, en la que el autor busca un concepto más universal y estilizado del arte. 


Marcha de Madrid a Granada en 1920, donde realiza su última composición andalucista, una pequeña obra escrita para guitarra en ese mismo año, el Homenaje por la muerte de Claude Debussy, para guitarra, basada en La tarde en Granada del compositor francés.

Sobre el episodio de “Maese Pedro”, extraído de la segunda parte de El Quijote de la Mancha, termina de componer Falla su Retablo en 1922, ópera pequeña que según el autor debía  realizarse únicamente por títeres y acompañados  por un conjunto instrumental reducido y con los cantantes en el foso de la orquesta. Pretendía con ello empezar un estilo nuevo, cercano a las experiencias de Ravel y Stravinski. Desde esta obra, Falla comenzó a tener  como símbolo el sonido sobrio, cristalino, pulido, rítmico del clave.

El esfuerzo de Falla para expresar en su música la esencia espiritual de España, llega a su más profunda fase en el Concerto, para clave o piano, flauta, oboe, clarinete, violín y violonchelo, escrito para Wanda Landowska y estrenado en Barcelona en noviembre de 1926. Esta música, dura y agradable, austera y lirica, arcaica y moderna, en los quince minutos de duración de su tres movimientos posee magníficos efectos de sonoridad.

Para conmemorar el tricentenario de Luis de Góngora, animado por los poetas del 27, compone don Manuel el Soneto a Córdoba, para voz y arpa (o piano).  Esta obra se apoya en ricos acordes y arpegios, que le sirve para musicalizar el castellano de cualquier tiempo y estilo.

En 1927, el maestro gaditano inicia la composición de Atlántida, “cantata escénica” sobre el poema de Jacinto Verdaguer, adaptado por el compositor libremente, al que añade textos religiosos en latín y en castellano. Para Falla, el poema representaba, dado su profundo catolicismo, la extensión de la fe católica. Esta obra satisfacía en Falla su viejo deseo de escribir música religiosa y, aunque sufrirá largas interrupciones de vidas a la precaria salud del músico y la situación en España, ocupará casi enteramente su última etapa creativa.

Poco antes del estallido de la Guerra Civil, a la muerte de su maestro, Paul Dukas, en 1935, realiza el compositor otro homenaje para piano, que junto a laos dedicados a Debussy y Arbós (Fanfare), más la Pedrelliana, constituyen la “suite” Homenajes, última partitura sinfónica estrenada en vida de su autor. La primera audición tiene lugar en noviembre de 1939 en Buenos Aires, adonde se marchó, solo un mes antes, como invitado por la Institución Cultural Española para dirigir una serie de conciertos.

Este viaje, planeado más o menos largo, se convierte en su "última residencia", pues don Manuel permanece en Alta Gracia, provincia de Córdoba (Argentina) hasta el día de su muerte el 14 de noviembre de 1946. Sus restos fueron trasladados a España y enterrados en la catedral de su ciudad natal.

Ernesto Halffter, el más destacado
alumno del genio gaditano
Junto a su cuerpo, vuelven a nuestro país los manuscritos de Atlántida. El "Prólogo" estaba terminado, la primera parte planificada en su conjunto, terminada parcialmente y a falta de la orquestación del resto. La segunda quedó en un estado más confuso y la parte final, de contenido religioso en más de la mitad, quedó decidida en su forma general, compuesta en reducción, sin orquestar pero con muchas indicaciones instrumentales. La obra se estrena en forma de suite de concierto en Barcelona el año de 1961, terminada por Ernesto Halffter. Tras varias revisiones con el fin de alcanzar una mayor fidelidad a las intenciones de Falla, Halffter presenta en 1971 una nueva versión de Atlántida.

Además de las obras que ya he mencionado a lo largo de este trabajo, Falla escribió muchas más durante toda su carrera musical. Algunas de ellas son Oración de las madres que tienen a sus hijos en brazos (1914), Psyché (1924), Ave María (1932) y Balada de Mallorca, sobre un tema de Chopin (1933).

Bibliografía y webgrafía:
- UN SIGLO EN PAPEL 1901-2000 (tomo I) editado por el Diario de Cádiz

http://es.wikipedia.org/wiki/Manuel_de_Falla


Trabajo realizado por Irene Serrano Pérez, 2º BACH A

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